Tabasco despierta
+ Ola digital reclama transparencia y cuidado ambiental en proyecto de museo. + Usuarios conectan viejas decepciones con su demanda de modernización participativa.
No se engañe quien lea debilidad en la espuma digital que rodea al futuro Museo Nacional de la Cultura Olmeca. Que un boletín subido «a la hora de la calor» detonara, en menos de veinticuatro horas, cuarenta y cinco mil comentarios, cuarenta y dos mil firmas y tres apariciones del hashtag #MuseoNacionalOlmeca revela que la sociedad tabasqueña ya no bosteza cuando le tocan su patrimonio.
Hay ahí voces auténticas —ambientalistas, comerciantes, jóvenes, familias—, pero también intentos evidentes de ciertos actores políticos y gremiales por apropiarse del descontento y llevar agua a su molino. Separar unos de otros es tarea del gobierno y también de la ciudadanía: hacerlo permitirá que el reclamo legítimo gane fuerza y no se diluya entre agendas oportunistas.
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La alarma colectiva no nació del ocio ni del grito fácil. Detrás de la protesta, hay datos, mapas, inventarios y un pulso ciudadano legítimo que no rechaza el proyecto, sino pide formar parte de su discusión y diseño. La defensa del parque no se improvisó en un trending topic: colectivos universitarios y ambientales llevaban meses pidiendo renovar el viejo Parque-Museo La Venta, y muchos de los firmantes han participado antes en actividades culturales, ecológicas o barriales. No se trata de frenar la cultura, sino de acompañarla desde el consenso.
También es cierto que en medio del debate han surgido voces que intentan distorsionar la conversación: intereses políticos o económicos que buscan llevar agua a su molino. Separar lo genuino de lo oportunista es clave para preservar el valor cívico de esta reacción. En ese contexto, el gobierno tiene la oportunidad de hacer una distinción clara: reconocer lo auténtico y darle cauce institucional a una participación informada.
Responder con datos, abrir las puertas a quienes quieran construir y marcar límites a quienes sólo buscan reflectores no debilita el liderazgo; lo vuelve más cercano, más inteligente y más respetado.
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El costo total aún no está cerrado: fuentes internas estiman una primera fase de mil setecientos millones, repartidos en tres ejercicios fiscales, y una segunda etapa museográfica por otros cuatrocientos millones.
Esa cifra, aun provisoria, dista de los dos mil quinientos millones que circularon en redes; señalarla con precisión permite a defensores y críticos discutir la misma aritmética. Además, la mesa financiera deberá explicar de dónde saldrán los costos de operación anual: climatización, seguridad, curaduría y nómina especializada requieren un gasto sostenido que no se cubre con cortes de listón.
Tampoco se ha detallado qué modelo administrativo regirá: ¿será un fideicomiso público, una descentralizada cultural o una colaboración mixta con universidades? Ese vacío administrativo es tan importante como el dinero: lo que está en juego no es sólo un edificio, sino la capacidad de gestionarlo sin convertirlo en elefante blanco. Una obra que se inaugura sin músculo operativo nace con respiración asistida.
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Tan importante como el dinero es la huella ecológica. El parque Tomás Garrido abarca doce hectáreas; de ellas, seis punto ocho corresponden al vetusto Parque-Museo La Venta. El nuevo recinto ocuparía apenas uno punto cuarenta y siete, es decir, el veintiuno coma seis por ciento de esa fracción.
Traducido al llano: casi ocho de cada diez metros seguirán intactos. Falta la Manifestación de Impacto Ambiental (MIA) para saber cuántos troncos se talarán, cuántos se trasplantarán y cuántos se conservarán con rediseño paisajístico. Pero la cifra desinfla el grito «van a arrasar todo».
Lo que sí urge es que la MIA esté disponible de forma íntegra, digital y accesible, con anexos técnicos que incluyan el catálogo de especies, su grado de protección, y el plan de mitigación ambiental. No basta una ficha técnica: el nuevo museo debe mostrar desde su génesis que puede armonizar cultura y ecología, sin sembrar desconfianza ni opacidad.
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UN ADAGIO: «Nunca me enfado por lo que la gente me pide, sino por lo que me niega» [ANTONIO CÁNOVAS DEL CASTILLO]
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