La rodilla que nunca se rindió: crónica de una campaña imparable
Mi rodilla derecha, dañada y nostálgica, extraña las largas caminatas siguiendo al candidato Javier May Rodríguez. Rememoro con vividez aquella jornada en la que descendimos una interminable escalinata hasta un playón a orillas del río Usumacinta, acompañando a los pobladores de Multé en Balancán para contemplar un pedrerío expuesto por la sequía, el cual podría servir para protegerlos de futuras crecidas.
En esa ocasión, mi ansia de reportero me llevó a resbalar en el pedrerío, mientras intentaba capturar imágenes del candidato. De no ser por Estefanía Lazo, de atención ciudadana, habría caído estrepitosamente. Esto me hizo recordar a Aylin Olvera, una joven diligente y siempre al lado de May, cargada de carpetas y documentos recolectando unas 150 peticiones diarias en promedio, según me confió en una plática.
La psicología dice que se necesitan 21 días para formar un hábito. Para mí, fueron 70 días de caminatas de ocho a once de la mañana, recorriendo desde la Sierra de Tacotalpa hasta las orillas del río en Quintín Arauz, Centla, bajo un implacable calor de más de 40 grados centígrados. Ahí estaba, día tras día, sudando y coordinando la logística del candidato, Gustavo Mendoza, inseparable de May Rodríguez, nunca se apartó de su lado.
A ellos se sumaban Omar Bracamontes, Luis Ernesto Bocanegra, Julio Zurita, Charlie y Aldair. Aún resuena en mi memoria la valla humana formada por voluntarios, organizada cada mañana por Roberto Guzmán y Joel Sánchez, con una larga manta de Morena y el coro unánime: “Buenos días Teapa, avanzamos, con permiso”, adaptado según el municipio.
En esos meses recorriendo el estado, comencé a percibir los detalles del entorno y la esencia del equipo de campaña. No eran simples trabajadores, sino fervientes seguidores de Javier May, un hombre a quien admiraban profundamente.
Siempre pegado a Javier, David, un joven alto con rostro y acento de chilango, era una sombra amable. Desde que bajaba del vehículo hasta el final de la caminata, David mostraba un trato inigualable, soportando insultos y gritos sin perder la compostura.
Mis problemas no se limitaron a la rodilla. Una mañana en la villa Benito Juárez, mientras intentaba mantener el paso de May Rodríguez, mis viejos tenis azules se despegaron de la suela. Afortunadamente, un pochimóvil me llevó a un zapatero que, increíblemente, los reparó ¡en domingo!
Cada vez que conversaba con quienes saludaban a Javier, terminaban pidiéndome una playera o gorra. Poco después, llegaban los jóvenes Oswald y Hugo, siempre con un mandil o una camiseta para repartir, a veces una o dos casas detrás del candidato por su rapidez.
Este equipo de jóvenes, sorprendentemente bien entrenados, estaba coordinado por Tiffany Suriano Herrera. Seria pero siempre amable, Tiffany se anticipaba a cada paso del candidato, despejando el camino para que May Rodríguez pudiera saludar, escuchar y presentar sus propuestas.
Siempre presente bajo el sol, Alison, junto con otra señora cuyo nombre escapa a mi memoria, organizaba el tráfico y acomodaba los vehículos en cada evento a lo largo del estado.
Aunque mi rodilla, con meniscos rotos y sin tratar, sí me hizo detenerme varias ocasiones, la determinación del equipo de May nunca flaqueó. Aida Castillo, Fernando Vázquez, Héctor Pérez, Alejandro Jr. y los incansables fotógrafos mantuvieron viva la campaña, personificando aquella frase de Napoleón Bonaparte: “Un líder es un distribuidor de esperanza.”
Así, entre dolores y esfuerzo, entendí que la verdadera fortaleza de la campaña de Javier May Rodríguez radicaba en la pasión y el compromiso de su gente, quienes no se rendían ante ninguna adversidad.