El gran desfalco
•Alerta calificadora HR Ratings: 40 deudores del ISSET • 803 millones pendientes: informe expone deudas patronales
Si algo ha aprendido el poder en Tabasco es que el dinero no solo se recauda: también se oculta. Los fideicomisos, dicen los entendidos, son la bóveda perfecta para guardar lo que no debe saberse, o al menos disimularlo tras vericuetos legales.
Muchos creyeron que, con la desaparición de estos esquemas a nivel federal, la transparencia llegaría de golpe a este rincón del Sureste; sin embargo, la realidad pinta más turbia. De los 23 fideicomisos que existían, hoy apenas quedan 14, y ni así se han disipado las dudas sobre su manejo.
La reciente indagatoria de la Comisión de la Verdad sobre el Fideicomiso de Pensiones del ISSET ha encendido los reflectores: presuntos desfalcos millonarios y jubilaciones desorbitadas sugieren una trama digna de novela negra.
¿Quiénes se han beneficiado, sin permiso, del futuro de miles de trabajadores? Aquí se inicia un recorrido por la trastienda de los fideicomisos, esos cofres sellados que, si no se abren de par en par, seguirán alimentando la sospecha de que en Tabasco, el dinero público se esconde bajo llave.
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Creado en el año 2000 con apenas 40 millones de pesos, este fondo debía crecer para respaldar la vejez de miles de burócratas. Veinticinco años después, la Comisión de la Verdad habla de un boquete financiero de 2,700 millones de pesos. Lo que en teoría sería un «colchón» para la jubilación se ha convertido en una herida abierta: según la agencia calificadora HR Ratings, en su reporte de 2024, el sistema enfrenta un déficit actuarial cercano a 2,956 millones de pesos para el periodo 2024-2027.
El documento del ISSET, cuyas páginas 11 a 19 revelan la danza de movimientos entre distintas cuentas bancarias [Ver documento completo: https://shorturl.at/gRIUP], confirma que se toman recursos de una bolsa para suplir la otra, con la promesa de reintegrarlos «más tarde». Un laberinto contable donde las cada cifra brinca a su antojo, difuminando el rastro de millones que parecen disolverse en su propio misterio.
Además, más de 40 organismos públicos deben cerca de 803 millones de pesos en aportaciones patronales, un rezago que no es de hoy. Como si no bastara, muchos ex trabajadores gozaron de jubilaciones doradas antes de cumplir los 50 años, con pagos mensuales que hoy llegan a 134 mil pesos, superando el salario del propio gobernador.
Mientras tanto, la mayoría de los pensionados apenas sobrevive con lo justo, sometidos a la incertidumbre de un sistema que cada mes parece tambalearse entre el «ajuste» y el «préstamo». La impunidad, como un invitado incómodo, se sienta en cada sillón burocrático y hace mutis cuando alguien pregunta: «¿A dónde se fue el dinero?».
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El FIDEET (Fideicomiso para el Fomento y Desarrollo de las Empresas del Estado de Tabasco) nació con la intención de impulsar a los emprendedores, pero con los años se transformó en un cajón de sastre que lo mismo financiaba exposiciones pomposas con tintes de feria que remodelaciones dudosas para negocios ligados a políticos influyentes.
El caso emblemático ocurrió en el sexenio de Arturo Núñez, cuando se revelaron movimientos irregulares por mil millones de pesos. Hubo revuelo mediático, se prometieron auditorías y se cambiaron funcionarios, pero a la vuelta de unos meses, el asunto se desvaneció como bruma al sol.
No es el único caso: el Fondo de Ayuda a Víctimas, el FOCOTAB destinado a emergencias, y otros fideicomisos de nombres seductores —basta con repasar el Diario Oficial para encontrar la retahíla— siguen recibiendo asignaciones millonarias año con año, bajo el halo de la buena fe. Mientras algunas cámaras empresariales recibieron recursos a fondo perdido, a los locatarios del Mercado Pino Suárez se les otorgaron créditos que, al no poder pagar, derivaron en demandas.
Y así se va tejiendo la paradoja: lo que debía impulsar al pequeño comerciante y sanear la economía termina favoreciendo a un selecto grupo que entiende demasiado bien los recovecos de la burocracia.
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Cada fideicomiso en Tabasco enarbola una misión aparentemente noble: asegurar pensiones, auxiliar en desastres o fortalecer la iniciativa privada. Sin embargo, conforme uno se interna en sus cláusulas y balances, se topa con un mapa de privilegios cruzados, omisiones deliberadas y un silencio cómplice que protege a los mismos de siempre.
La Comisión de la Verdad podrá exponer cifras y nombres, pero sin sanciones ejemplares ni reformas de fondo, la opacidad seguirá mutando de un sexenio a otro, como un virus que se adapta a cada administración.
No bastan las comparecencias que se quedan en meros «usted disculpe». Hace falta voluntad política para encarar las irregularidades, rastrear el dinero y, si procede, fincar responsabilidades penales.
Sin eso, cualquier anuncio de transparencia será un manojo de fuegos artificiales: mucho ruido, escaso cambio. Piénsese en el ISSET, el FIDEET o en el fideicomiso que se le antoje: de nada sirven los candados de ley si los cuidadores tienen llaves ocultas para forzar las cerraduras.
La pregunta final es si estamos listos para derribar cada pared de esta casa llena de cuartos oscuros, o si seguiremos aceptando, con resignación, que en Tabasco el dinero público se reparte bajo la mesa y que el encubrimiento es una tradición tan arraigada como lo fue la venta de plátanos en el malecón.
Como en toda novela negra, la verdad asoma poco a poco; lo decisivo es tener el coraje para sostener la lámpara y alumbrar los rincones donde anida la corrupción, aunque salgan a relucir nombres intocables.
El desenlace no está escrito. Puede ser un final redentor, con puertas abiertas de par en par y cuentas claras, o puede ser el mismo capítulo repetido hasta el hartazgo. Pero si algo queda claro es que la justicia —si acaso existe— no vendrá sola: habrá que abrir cada caja negra, escudriñar cada cifra y exigir responsabilidades.
Quizá así descubramos que, al final, no se trataba de un misterio insondable, sino de un pacto de silencio que solo se rompe con la determinación de una sociedad dispuesta a mirar de frente, sin miedo a destapar lo que se ha querido esconder durante tanto tiempo. De esa valentía depende que la próxima generación no herede otra novela inconclusa, sino el capítulo definitivo de una historia que por fin se atreve a escribir su verdadero final.
UN ADAGIO: «Una mentira no tiene piernas, pero un escándalo tiene alas» [THOMAS FULLER]
©ETBOTH150225
CAJÓN DESASTRE
Comalcalco se cerró a gobernadores que no consideraban dignos. No era una plaza fácil: un municipio manejado como un rancho, dijeron algunos; un bastión inquebrantable de la transformación, decían otros. Cacicazgos, acusó Merino. Desplantes, le llamaron los adversarios de May. Hoy, desde el poder, se impone conciliar, curar agravios, promover la unidad. Y si no se puede… desarticular. Porque lo que no se negocia, se controla.
*Cajón desastre [que no «de sastre»] es un homenaje con ironía a la sección que tuvo el maestro Granados Chapa en su legendaria columna Plaza Pública.